Nací en Pamplona (Navarra), España en 1957. Estudié Arte y Diseño en Bilbao y siempre he tenido un gran interés autodidacta dentro del mundo del arte. Terminada mi etapa como futbolista profesional, comencé mi nueva profesión como escultor.
Soy un escultor conceptual que poco a poco voy adentrándome en la abstracción. Estoy muy ligado al mundo natural. Me parece fundamental la luz, el color y las formas de cada escultura. Son tres conceptos que si los mezclas bien, puedes quitar el polvo a las pasiones, sensaciones y emociones artísticas escondidas y dormidas en el espectador.
“Es necesario saber dialogar con la naturaleza que nos rodea “.
Una de mis principales prioridades es ser fiel a mí mismo y ser lo más original y profesional posible a la hora de crear una escultura.
Algunas de mis obras reflejan situaciones, personas, cosas, motivos que he conocido anteriormente. En el mundo de la escultura siempre es bueno mirar hacia atrás pero hay que seguir aprendiendo hasta el final. “La escultura te enseña que el tiempo no existe “.
Pretendo hablar con las manos e intento descubrir, plasmar ver y tocar una idea que ni se ve ni se toca. Todo ello dentro de un laberinto que parece que no tiene salida pero que poco la vas encontrando para satisfacción de todos.
Mi obra es fruto de una búsqueda de creatividad y originalidad para intentar entrar en las diferentes mentes y sensibilidades que poseen las personas amantes del arte y las que no lo son.
En el libro más autobiográfico, más gráfico y más completo de los publicados (es lo que hace que los catálogos al uso dejen de llamarse catálogos, para convertirse en libros, sin dejar de ser catálogos al mismo tiempo), “Del cuero al hierro. Escultura y naturaleza en Carlos Purroy” (Bermingham, 2018), digo que la escultura de Carlos Purroy es entraña y conjunción de todos elementos de la Naturaleza, con el hombre dentro, el hombre concreto, el escultor, y la Humanidad. Es una simbiosis de figura y configura el entendimiento del mundo, al fundir piedra, madera, minerales, árboles y nubes, en un lenguaje pánico, donde lo humano abraza la libertad y desoye todo cuanto le impide ser humano. Abstracción y figura, encastados, en un lenguaje comprensible, con un discurso destinado a comunicar que “la Naturaleza y el hombre –como decía el gran ecólogo Ramón Margalet–, son una misma cosa”.
Porque, como abundo en el citado libro, esa conducta del escultor en el campo y con el campo se expresa hoy en una de sus esculturas emblemáticas, “Entendimiento” (Ulertzeko) –hierro lacado y madera de roble–, donde el artista celebra el convenio, el acuerdo, el encuentro, porque siempre le ha maravillado el hecho de que las personas puedan entenderse, acercar la mirada, encontrarse: cuatro miradas en conexión. La escuela de convivencia que encontró en las instalaciones de Lezama –esa cuna donde el Atletic Club de entonces formaba a los jóvenes en algo más que en balompié– no fue casual, y sigue proyectándose en su vida y en su escultura. Por ello, cuando el Athletic de Bilbao encargó al ya escultor una obra para sus instalaciones, no dudó en ponerle un título de horizonte amplio: “Etorkizuna. Futuro” –hierro y madera de roble viejo. Chesterton, que era tanto humor como pensamiento, al hablar de la obediencia de los humanos, calificaba el acuerdo, la concordia, como un trueno, pero añadía: “¿Por qué imaginan los necios que el alma es libre sólo cuando discrepa del orden común? Incluso la muchedumbre que se alza para quemar y destruir debe toda su grandeza y terror, y cierta autoridad, no a su ira, sino a su acuerdo. ¿Por qué debería hacernos sentir libres el mero desacuerdo?”. Pero si reparamos en los títulos de las esculturas de Purroy hallamos esa misma intención, esa convocatoria de encuentro entre diferentes, esa agrupación de voluntades, que van más allá de una cuestión de título, y expresan no sólo una intención del artista sino una conducta, una proyección que explica su obra y hace que la abstracción se asiente en la realidad. Así: “Mestizos”, “Fauna sin salida”, “Amistades”, “Pájaros en la roca”, “Pájaros en familia”, “Pelea de pájaros”, “Pájaros jugando”, “Pájaros en alerta”, “Pájaro hembra con sus crías”, “Colonia de pájaros”, “Parejas cantando”, “Reunión amistosa”, “Reunión intranquila”, “Reunión indiferente”, “Grupo cantando”, “Reunión de apoyo”, “Mujeres con el pelo al viento”, “Jota improvisada”, “Gitanos”, “Estampida”. El poeta Eugenio de Nora, que conoció de cerca la obra de Blas de Otero, afirmaba que la poesía del bilbaino “contiene multitudes”. Las esculturas de Purroy contienen, tanto en los títulos como en la forma objetiva, ese halo de universalidad concentrada, ese eco plural que Nora atribuía con acierto a la lírica del autor de “Pido la paz y la palabra”. Incluso la escultura dedicada a su madre, quien le empujó al conocimiento y el desarrollo intelectual desde niño, tiene un título plural: “Amistades”. Pero eso no es todo, porque Carlos Purroy sigue discurriendo, creando, discutiendo su obra en la madurez, en una camino de decantación de figuras, formas y futuro. Es decir, poesía